Esta siempre será una gran duda para todos los educadores. ¿Y cómo se lo decimos a los niños? ¿Qué hacemos?

Cuanto más pequeño es el niño, le resulta mas complejo ver más allá de lo inmediato. Ellos piensan «¿y cuando volveré a jugar con él? , o directamente…» no volveré a jugar con ella».

Cuanto más adulto es el niño, cuando más se acerca a la adolescencia hay más posibilidades de entender el hecho de la muerte en sí, aunque presenten dificultades a la hora de aceptar la realidad. Se requiere de buen acompañamiento y escucha por parte de un adulto enraizado. Muchas veces ese rol lo ha de cumplir una tercera persona, ya que los tutores más próximos es posible estén rotos viviendo su propio proceso.

Muchos adultos, por más que crean entender la muerte, cuando llega el proceso vivencial en sí de un ser querido, es posible que emocionalmente se desestabilicen y no puedan mirar hacia el futuro ni estar en el presente. Se sumergen en el pasado y la pérdida.

Un niño pequeño prácticamente vive en el presente, si no ha sido educado en condicionantes que muestren lo contrario. Ellos viven aquí y ahora, por eso cuando un niño procesa la muerte depende mucho de la edad.

Hasta los 2 años los niños ni tienen apenas visión de la muerte pero si que reaccionan al duelo de los padres.

Entre los 3 y 5 años, tienen una imagen difusa, lo suelen comparar con el dormir o irse al cielo. El duelo de los padres les afectará especialmente conectándoles con miedos o haciéndoles demasiado fuertes. Es necesario tener un sostén emocional y terapéutico para valorar como lo está viviendo el niño. Y por supuesto en adelante de estas edades seria factor fundamental contar con un profesional que ayudase en el proceso.

Entre los 6 y los 9 años, ya entienden que una persona o ser vivo…se pueda morir. Un problema común es que puedan asociar la muerte como un castigo a un acto de ellos. O que intenten hacerse los fuertes o insensibles, o por el contrario que se sumerjan en miedos a todo tipo de vínculos emocionales.

Entre los 10 y 12 años suelen tapar el dolor y miedo con bromas. O distracción dentro de su propio entorno.

¿Cuándo seria recomendable hablar de la muerte con los niños? Pues no hay una respuesta clave pero si como parte del proceso natural de vivir. Lo ideal es haber hablado antes de que suceda ningún duelo a vivir, pero lo cierto es que no siempre es posible.

Desde pequeños podemos introducirlo como parte de la natura, el ciclo vital de la vida y hablar con naturalidad de todo lo que implica, de como se sienten las personas y de que igualmente la vida continúa.

Independientemente de la edad en la que cada uno se encuentre cuando sucede un evento mortuorio, las palabras clave para acompañar el proceso son dedicarle tiempo, estar presente para el niño, sus necesidades, sus preguntas, sus reacciones. Otorgarle como adulto todo el espacio que sea posible para mostrarle confianza, seguridad, presencia. Regalarle presencia al niñ@, abrazarle simbólica y realmente, hacerle ver que se está presente.

Tras el miedo inicial a la pérdida y a lo desconocido que las primeras muertes experimentadas presenta, suelen aparecer emociones tales como:

  • Tristeza, que puede devenir en melancolía, cierto abatimiento o ganas reiteradas de llorar.
  • Soledad, en muchos casos, ante la muerte, los niños se sienten solos o abandonados, dado que nadie entiende su dolor como ellos mismos, incluso a veces ni ellos mismos. Se pueden aislar de los círculos familiares o de amigos. Apatía, que conlleva letargo, pudiendo conllevar la pérdida de interés en juegos o actividades escolares o deportivas.
  • Alivio, en ocasiones, sobre todo en edades más adolescentes, sobre todo si una muerte sobreviene tras un largo proceso de enfermedad, cura y cuidados de los padres, con sus consiguientes tensiones, pueden experimentar cierto aligeramiento por la defenestración. Alivio por el cese del sufrimiento. El cese de la crítica y tensión del fallecido hacia el niño pueden generar también ese alivio, acentuado más aun en el caso de existir abusos por parte del fallecido.
  • Desamparo, la falta de poder de decisión ante una pérdida que se le ha impuesto, máxime si es la de un miembro parental, puede conllevar a una sensación de vulnerabilidad y abandono a su suerte.
  • Impaciencia, tras la muerte de un ser querido los niños suelen ser más intolerantes a la calma, presentar más frustración y menor tolerancia a los cambios y retos que la nueva vida sin el fallecido presentan.
  • Rabia, es un sentimiento muy recurrente en diversas edades del duelo, dado que se acerca a emociones ya experimentadas con anterioridad ante problemáticas de otro orden, como no recibir lo que desean, las peleas escolares, etc.

REACCIONES CORPORALES ANTE LA MUERTE.

Estas emociones pueden plasmarse en ciertas reacciones corporales que pueden estar en conexión con el proceso de duelo inconsciente del niño, tales como dolores de cabeza, de estómago, mareos, diarreas, respiración arrítmica, agobios y ansiedad en el pecho o cuello, chirriar de dientes, tensión mandibular, cansancio, agotamiento. Reacciones corporales a la muerte En estos casos, como adulto, es importante determinar si alguna de éstas reacciones están relacionadas con el proceso de duelo y pertenecen a la sabiduría corporal innata para procesar tensiones y emociones encontradas o si requieren algún tipo de tratamiento adicional. Es importante en el caso de muerte por enfermedad de largo plazo, en el caso de aparecer síntomas similares en el niño, (los mismos dolores de cabeza que el abuelo, los mareos de la tía, etc) que éste no desarrolle una conexión, muy habitual, por cierto, de que lo que le pasó a ese ser querido enfermo le está sucediendo a él mismo, que no se va a morir por presentar algún síntoma similar al de la persona fallecida.

AYUDAR A LOS NIÑOS A EXPRESAR SUS EMOCIONES.

Los niños piensan en modo muy concreto, por los que les ayuda en gran medida una gestión activa del duelo. Si estas actividades tienen como objetivo invitar al niño a expresar sus emociones y a recordar al fallecido de forma natural, estas actividades habrán cumplido su objetivo. Facilitar las actividades de expresión a los niños Para niños con capacidad de expresión se puede crear un ambiente protegido donde se pueda hacer ruido, gritar, llorar, etc, sin reparo por el entorno. Se les puede ofrecer almohadas para golpear, libros viejos que romper, objetos de espuma con los que golpear las paredes y el entorno sin hacerse daño … Los niños más pequeños pueden reaccionar bien ante material de dibujo, pinturas, plastilinas, con las que expresar los sentimientos que llevan dentro. También escribir un diario o recolectar fotos de la familia en las que aparece el ser querido puede ser un buen comienzo.

MÁS HERRAMIENTAS:

  • Plasmar en un dibujo lo que están sintiendo
  • Dibujar las actividades preferidas que le gustaba compartir con el ser fallecido.
  • Componer un collage con fotos y objetos del ser querido, con los que recordar bellos momentos compartidos.
  • Crear un jardín conmemorativo con flores, piedras o colores predilectos del ser querido.
  • Componer un colgante o llavero que recuerde, evoque o conecte al ser querido con el niño, el cual puede llevar consigo, en una mochila o un llavero y “sentir” el acompañamiento de la persona que ya no está.
  • Montar un grupo de piedras que representen a los diferentes miembros de la familia, incluida la persona fallecida y a la relación entre todos ellos.
  • Escribir cartas en las que se comunique con el ser fallecido, expresando lo que le echa de menos, o despidiéndose, si se encuentra preparado para ello. (para los niños más mayores)
  • Redactar una historia en la que el niño expresa la relación que ha tenido con el ser fallecido, las historias y anécdotas compartidas, episodios vividos o los que recuerda como importantes.